lunes, 13 de abril de 2015

EL MALTRATO SUTIL QUE NO DEBES PERMITIR

El maltrato “sutil” que no debes permitir en tu vida


A la hora de hablar de maltrato, pensamos de inmediato en esa violencia física o psíquica que un maltratador ejerce sobre su víctima. No obstante, existe otro tipo de maltrato “sutil” del que, en ocasiones, no somos tan conscientes y que, poco a poco, nos acaba destruyendo por dentro.
Son ataques encubiertos a los que no solemos reaccionar porque la agresión no es tan directa, o puede que incluso no se busque realmente hacer daño. Sin embargo, al ser constante, va destruyendo nuestra autoestima y la confianza que tenemos en nosotros mismos. Y cuidado, porque no estamos hablando solo del maltrato sutil que nuestras parejaspueden infligirnos; a veces, incluso nuestros propios familiares pueden hacerlo.
Te enseñamos a reconocerlo y a defenderte.

¿Cómo se ejerce el llamado “maltrato sutil”?

Para comprender la dimensión del maltrato sutil, te pondremos algunos ejemplos que te serán fácilmente reconocibles. Pensemos en una niña a la cual, desde muy pequeña, le han hecho creer que es torpe. Cada vez que algo se le caía de las manos, sus padres le llamaban la atención; cuando rompía algo sin querer, lo justificaban por su “innata torpeza”.
A medida que se va haciendo mayor, aplican su supuesta torpeza a esos exámenes que suspende de vez en cuando, a su incapacidad para tener amigos… Sus padres la quieren, no cabe duda, y no la maltratan físicamente, está claro. Sin embargo, a lo largo de su vida le han hecho creer que es una persona “incapaz y torpe”. Un maltrato “sutil” que ha originado en ella una gran inseguridad y una baja autoestima.
Pongamos otro ejemplo. Tenemos una pareja que suele usar mucho la ironía en su día a día. Son frecuentes en él esos comentarios burlescos en los que intenta hacer reír a los demás, sin darse cuenta de que nos hace daño. Nunca parece tomarse las cosas en serio e ironiza por cualquier cosa: por lo que haces, por cómo vistes, por cómo te expresas… Son cosas pequeñas que puede que no haga con mala intención. Sin embargo, te causan dolor y, por tanto, es un tipo de maltrato encubierto.
Debes saber que este tipo de comportamientos son muy frecuentes en nuestra realidad y que cuesta mucho reaccionar ante ellos. Son cosas pequeñas que, al convertirse en persistentes, nos acaban hiriendo, hasta el punto de quedar completamente indefensas. Hemos de aprender a reconocerlas.

¿Cómo defenderme ante el maltrato “sutil”?

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  • Debes ser consciente de que las palabras pueden ser tan dañinas como una bofetada. Las heridas internas son tan dolorosas como un golpe.
  • No importa lo inofensivo que sea el comentario, o lo inocente de esa ironía que te han dedicado. No lo permitas, pon en voz alta tus pensamientos expresando claramente que esas palabras te hacen daño y que no deben volver a repetirse.
  • Pon límites en tu vida, barreras que los demás no deben franquear. Si te molestan las ironías sobre tu persona, no las permitas; si dicen algo de ti que no es verdad, defiéndete. Si hay personas que siempre se dedican a lanzarte pequeños comentarios de estas características, tal vez debas plantearte mantenerte alejada de ellas. Las personas tóxicassolo causan sufrimiento y, para vivir con inseguridad o infelicidad, no merece la pena tenerlas junto a nosotros.
  • El principal problema del “maltrato sutil” es que las otras personas no ven daño alguno en sus palabras o acciones. No lo reconocen. Lo que para ellos es una broma, para nosotros es una clara ofensa. Si no reaccionamos, si lo dejamos pasar un día sí y otro también, llegará un día en que el nivel del maltrato será mucho mayor.
  • El maltrato sutil pueden ejercerlo nuestros padres, madres, hermanos, parejas o, incluso, compañeros de trabajo. Personas que dicen querernos y respetarnos, pero no debes equivocarte. Es vital que defiendas siempre tu propia integridad y tu autoestima, y que diferencies muy bien lo que es respeto de lo que es ofensa. Hay personas que piensan que la confianza cotidiana les da licencias para bromear con nosotros, para ironizar e incluso faltarnos el respeto. No lo permitas nunca. Todo lo que te moleste, ponlo en evidencia. Impide que te hagan daño y, si se toman mal tu reacción, tampoco te preocupes.Quien no entiende que has sido herida carece de empatía, y no dispone de la adecuada inteligencia emocional para establecer relaciones saludables.Fuente:Mejor con salud

domingo, 12 de abril de 2015

EVITA A LAS PERSONAS QUE TE HACEN SENTIR MAL ,QUE TE CREAN CANSANCIO Y TRISTEZA


Seguro que usted se ha visto alguna vez en esa situación en la que después de mantener una conversación con un amigo se ha sentido desolado, ha contemplado el mundo con más tristeza y menos entusiasmo que antes de empezar la conversación, o ha pensado: “Madre mía, a este amigo no le pasa nada bueno, siempre tiene una queja”. Y en situaciones extremas, ha escuchado el teléfono, ha visto el nombre de la llamada entrante y ha dejado de atenderlo porque sabe que esa persona, de alguna manera, le va a complicar la vida: le va a contar un nuevo problema o seguirá hablando de su monotema, por lo general con temática “desgracia”. La pregunta que uno se plantea siempre después de pasar un rato con las personas víricas es: “¿Y yo qué necesidad tengo de estar oyendo esto?”.
¿Quiénes son las personas víricas? Aquellas que llegan y le contagian de mal humor, de tristeza, de miedo, de envidia o cualquier otro tipo de emoción negativa que hasta ese momento no se había manifestado en su cuerpo. Es igual que un virus: llega, se expande, le hace sentir mal y cuando se aleja, poco a poco, usted recobra su estado natural y, con suerte, lo olvida.
El origen de la persona vírica puede ser variado: el mal genio, la envidia, la falta de consideración, el egoísmo, la estupidez o la falta de tacto. Lo importante es verse con recursos suficientes para protegerse del contagio. El mundo está lleno de personas víricas de diferentes tipologías, unas menos dañinas y otras malévolas que dejan memoria y cicatriz.
Víricos pasivos. En esta categoría incluyo a los victimistas, los que echan la culpa de todo su mal a los que tienen alrededor, nunca son responsables de lo malo que les ocurre porque son los demás o las circunstancias los que provocan su malestar. Si les escucha y a usted le va bien, llegará a sentirse mala persona por disfrutar de lo que los victimistas no tienen. Y no porque no tengan posibilidad de hacerlo, sino porque han aprendido a obtener la atención a través de la queja y eso es cómodo. Se sienten maltratados por la vida y abandonados de la suerte. Por supuesto, le hacen sentir mal a quien no les presta la atención de la que se creen merecedores. Con estas personas sufrirá el contagio del virus tristeza, frustración y apatía.

“Es extraña la ligereza con que los malvados creen que todo les saldrá bien” (Víctor Hugo)
Víricos caraduras. Son los que siempre le pedirán favores, pero a la vez no son capaces de estar atentos a sus necesidades. No mantienen relaciones bidireccionales en las que entreguen tanto como reciben. Tiran de otros sin preguntarles si están bien, si necesitan ayuda, si les viene bien prestársela en ese momento. Son egoístas y egocéntricos, y en el momento en el que se deja de satisfacer sus necesidades comienza la crítica y el chantaje emocional. Con estas personas sufrirá el contagio del virus “siento que abusan de mí”, aprovechamiento y resignación.
Víricos criticones. Viven de vivir la vida de otros porque no les vale con la suya. Su vida es demasiado gris, aburrida o frustrante como para hablar de ella, así que destrozan todo lo que les rodea. No espere palabras de reconocimiento hacia los demás ni que hablen de forma positiva de nadie, porque el que a los demás les vaya bien, les potencia su frustración como personas. No saben competir si no es destruyendo al otro. Arrasan como Atila. Con estas personas sufrirá el contagio del virus desesperanza, vergüenza, incluso culpa si participa en la crítica. Y la culpa luego arrastra al virus del remordimiento.

CompVíricos psicópatas. Para los que no lo sepan, no hace falta ser asesino en serie para ser un psicópata. El psicópata es aquel que inflige dolor a los demás sin sentir la menor culpabilidad, remordimiento y sin pasarlo mal. De estos hay muchos de guante blanco. Son los que humillan, faltan al respeto a propósito, pegan, amenazan y provocan que se sienta ridículo, menospreciado, y se cargan la autoestima. Ante ellos, salga corriendo, porque el que lo hace una vez, repite. Si le permite que le maltrate, usted terminará pensando que ese es el trato que merece. Con estas personas sufrirá el contagio del virus miedo y odio. Muy difícil de erradicar, perdura durante mucho tiempo en su memoria.

Mecanismos de defensa. Para evitar el contagio de los víricos victimistas, lo primero que hay que hacer es pararles. Decirles que estará para ayudarles a tomar decisiones y solucionar problemas, pero no para ser el pañuelo en el que ahogan sus penas sin implicarse. Estas personas se acostumbran a llamar la atención con sus desgracias, pero son incapaces de responsabilizarse y actuar porque optan por el camino fácil: llorar.
Dígale que estará encantado de ayudarle siempre y cuando se movilice. Y si no lo hace, decida alejarse de alguien que ha tomado la decisión de ser un parásito toda la vida. No lo está abandonando, le está dando aliento para que actúe. Si decide no tomar las riendas de su vida, ser su paño de lágrimas, tampoco será una ayuda. Se gasta la misma energía quejándose que buscando soluciones. La primera opción consume y resta, y la segunda suma.

“La tristeza del alma puede matarte
mucho más rápido
que una bacteria”
(John. E. Steinbeck)
Ante el virus de pedir, el antivirus de decir no. Si usted no hace prevalecer sus necesidades y prioridades, ellos tampoco lo harán. Una cosa es ser solidario y otra muy distinta estar a disposición de todos y no estar nunca para uno mismo.
No permita que la persona vírica criticona haga juicios de otras personas que no estén presentes. Si lo hace con otros, también lo hará cuando usted no esté presente. No entre en su juego ni se identifique con esa conducta. Dígale que no le gusta hablar de personas que no están presentes. Y si se trata de rumores, dígale que no tiene la certeza de que el rumor sea cierto. Los rumores, la mayoría de las veces, son infundados, falsos o exagerados. Se propagan como el viento, y a pesar de que luego se compruebe que son falsos, el daño ya está hecho. Actúe como le gustaría que lo hicieran, con respeto, discreción y veracidad. Es más importante ser ético que evitar un conflicto con un criticón.
Y por último, no permita que nadie le falte al respeto y mucho menos le maltrate ni psicológica ni físicamente. Como personas, todos merecemos un trato digno. Hágase valer. Pida ayuda, póngase en su sitio, no consienta una segunda oportunidad a quien le ha hecho daño. El que le daña no le quiere; olvídese de justificarle por su pasado, su carácter, su educación, el alcohol o sus problemas. Nada, absolutamente nada, autoriza la falta de respeto y el maltrato físico y psicológico. Y esto es válido en el ámbito familiar, laboral y entre los amigos.
Rodéese de personas de bien, que le quieran y que se lo demuestren, que le hagan feliz, con las que salga con las pilas recargadas. Tenemos la obligación de ser felices y disfrutar. Hay mucha gente dispuesta a ello. No las deje escapar. Las personas estamos para ayudarnos, somos un equipo

NO INTENTES AGRADAR A TODO EL MUNDO


Partiendo de que resulta imposible lograr la aprobación ajena por unanimidad, aceptar las propias necesidades constituye el primer paso para satisfacerlas.


ANNA PARINI


Todos necesitamos, en mayor o menor medida, la aprobación de los demás. Incluso las personas con más autoestima se encuentran tristes y heridas cuando no se sienten aceptadas por su entorno. Así como los niños reclaman que los adultos aprecien sus manualidades, también en la madurez deseamos ser amados, comprendidos o, como mínimo, respetados. Para conseguirlo, mucha gente se afana en desplegar una amabilidad y generosidad excesivas, que no garantizan en absoluto el aprecio de los demás. Como si estuvieran en deuda con el mundo, el ansia de complacer a otras personas se puede convertir en una adicción por la que se paga un precio alto: olvidarse de las propias necesidades.
Hace dos siglos, el filósofo alemán Arthur Schopenhauer reflexionó: “Resulta casi inexplicable cuánta alegría sienten las personas siempre que perciben señales de la opinión favorable de otros, que halagan de alguna manera su vanidad. A la inversa, es sorprendente hasta qué extremo las personas se sienten ofendidas por cualquier degradación o menosprecio”.
Luchar constantemente por la aprobación ajena, además de resultar muy estresante, nos obliga a vivir según lo que los demás esperan de nosotros, dejando de lado nuestras metas personales. Así lo exponen en su libro ­Tackling your Dire Need for Approval (abordar tu desesperada necesidad de aprobación) los psicólogos estadounidenses Albert Ellis y Robert Harper. Apuntan, además, que, “irónicamente, a mayor necesidad de amor, menos respeto y aprobación recibimos. Tratar desesperadamente de agradar nos convierte en personas débiles y menos deseables a los ojos ajenos, pudiendo llegar a ser incluso una molestia para los que nos rodean”.
No se puede ganar la aprobación ajena mendigando por ella. Cuando confiamos en nuestro propio valor, el respeto de los demás llega solo”
Mandy Hale
A las personas que tratan de complacer a todo el mundo les horroriza la posibilidad de que alguien pueda enfadarse con ellas. Pero parten de una creencia equivocada: no necesitamos demostrar a nadie nuestra atención a todas horas para obtener su amor. Sintetizando las conclusiones de Ellis y Harper, esta dependencia nos causa los siguientes problemas:
  • Sentimiento de inutilidad. Fijar nuestro valor basándonos en la opinión ajena nos coloca en una posición de vulnerabilidad y dependencia. De hecho, cada vez que actuamos en función de lo que quieren los demás, perdemos el control sobre nuestra vida.
  • Frustración permanente. Por mucho que nos esforcemos, nunca gustaremos a todo el mundo. Siempre habrá alguien que no nos valore, y no solo por una cuestión de afinidad. Lograr el cariño de todos es imposible por un hecho muy simple: hay personas limitadas emocionalmente que no son capaces de amar.
  • Pérdida de objetivos vitales. Con el fin de complacer a los demás, nos podemos encontrar haciendo cosas y frecuentando a gente que en realidad no es interesante. El precio de este comportamiento es que desaten­demos todo lo que en realidad desearíamos estar haciendo.
Contra la presión irracional de intentar agradar a todos, Wayne W. Dyer calcula que el 50% de la gente con la que uno se topará en su vida no estará de acuerdo con nosotros, e incluso nos criticará. Dyer sostiene que cuando detectemos una falta de afinidad, en lugar de ofendernos, sencillamente debemos pensar que hemos topado con un miembro de ese 50%. Es alguien que pertenece a otro club, como cuando encontramos por la calle a un aficionado con la camiseta del equipo rival. No es necesario hacer de ello un drama.

Para conectarnos

ANNA PARINI
Libros
La necesidad de complacer. Micki Fine (Urano). Este manual de reciente publicación enseña técnicas para superar la necesidad enfermiza de aprobación ajena.
Películas
Zelig. Woody Allen. Este falso documental, de 1983, reflexiona sobre la pérdida de la identidad cuando uno intenta mimetizarse con las expectativas de los demás.
Gran parte del sufrimiento de los que se sienten en deuda con el mundo obedece a puras conjeturas sin ninguna base real. ¿Cuántas veces hemos interpretado que alguien está enfadado con nosotros por el solo hecho de no contestar de inmediato un mensaje de WhatsApp? Podemos estar horas pensando que hemos disgustado a esa persona, analizar nuestros posibles errores, concluir incluso que nuestra relación será mucho más fría a partir de ahora. Finalmente, descubrimos que estaba en el cine o en un congreso que no le permitía atender mensajes personales, por ejemplo. Es muy probable que esa persona no haya pensado en nosotros un solo instante, ni para bien ni para mal, por lo que si luego le llamamos y le transmitimos nuestra ansiedad, no la va a entender.
Este es un ejemplo típico de sufrimiento injustificado a causa de la opinión ajena, ya que nos preocupamos por reparar algo que no se ha roto en absoluto.
¿De dónde viene toda esta ansiedad? Según afirma Joyce Meyer en su libro Adicción a la aprobación, “la constante necesidad de aprobación se debe a una inseguridad que, en algunos casos, tiene su origen en un abuso sufrido en el pasado, ya sea físico, verbal o emocional”. Para superar la inclinación de gustar, explica, “hay que enfrentarse a las emociones negativas que esta conlleva y que normalmente son sentimientos de culpa, vergüenza e ira”. El paso más importante es aceptarse tal como es uno. La necesidad de gustar cambia cuando apartamos el foco de la mirada ajena y decidimos respetarnos y amarnos a nosotros mismos.
Aunque llevemos muchos años malviviendo para complacer a los demás, todo se transforma en el momento en que tomamos conciencia de lo que hacemos y, sobre todo, de por qué lo hacemos. Las siguientes preguntas, sencillas y directas, nos ayudarán a esclarecer si nuestra forma de actuar tiene sentido:
¿Busco complacer a esta persona o a este grupo de gente porque me une a ellos un afecto profundo? ¿O existe otro motivo?
La mayoría de personas creen que todo el mundo opina acerca de ellas más violentamente de lo que realmente lo hacen. Piensan que la opinión ajena oscila a través de grandes arcos de aprobación o desaprobación” 
F. Scott Fitzgerald
¿Qué sucedería si yo dejara de actuar en función de lo que creo que esta persona o este grupo esperan de mí? ¿De qué manera cambiaría mi vida si yo modificara mi comportamiento? ¿Sería peor o solo diferente?
¿Cómo actuaría en cada situación si atendiera en primer lugar a mis propios deseos y necesidades?
¿Por qué no atiendo a ellos? Si es a causa del miedo, ¿qué es lo peor que podría suceder?
¿Soy capaz de hacer cosas que tienen significado para mí, independientemente de lo que agrade o desagrade a los demás?
Esta clase de diálogo interno puede ser muy iluminador, ya que nos ayuda a entender lo que hacemos, y por qué. Nuestro objetivo debe ser alcanzar el compromiso con nosotros mismos para, desde la sinceridad y sin dejar de prestar atención a nuestras necesidades, relacionarnos con los demás de forma saludable.
Lógicamente, si ponemos en marcha un cambio de prioridades, no nos faltarán las críticas o la gente en nuestro entorno que dirá sentirse defraudada al estar acostumbrada a ciertos privilegios. Sin embargo, quienes de verdad nos quieren no tardarán en acostumbrarse y, si desean lo mejor para nosotros, nos apoyarán en el cambio.
La mitad de nuestros problemas en la vida pueden ser identificados por haber dicho ‘sí’ demasiado rápido, o por habernos negado demasiado tarde”
Josh Billings
Una vez asumimos que no tenemos por qué gustar a todo el mundo, del mismo modo que sabemos que existen personas que no nos agradan por sus modales, valores o forma de proceder, recobramos la libertad para vivir y sentir desde la autenticidad. Cuando nos aceptamos plenamente a nosotros mismos y respetamos la libertad de los demás, que no tiene por qué comulgar con nuestra forma de ser, ganamos un espacio precioso en nuestra vida para compartir nuestro tiempo, ideas y sentimientos con personas con las que sí tenemos complicidad.
Liberados del deseo de llevar a nuestro terreno a aquellos que nada tienen que ver con nosotros, contaremos con un caudal de energía y amor inesperados. Estaremos cambiando una deuda ficticia con el mundo por un sentimiento de gratitud. Esta sensación nacerá de la oportunidad de compartir lo mejor de nosotros con quienes, desde el reconocimiento y la libertad, quieran acompañarnos.
El consejo habitual en los libros de autoayuda está reforzado por nuestra cultura, que promueve una búsqueda estresante del amor y la aprobación ajenos. Se nos aconseja aprender automarketing y desarrollar habilidades manipuladoras para atraer, seducir y, muchas veces, pretender ser algo que no somos. Este enfoque no funciona. Deja a millones de heridos ambulantes que, habiendo fallado en la búsqueda de aprobación, se culpan a sí mismos y concluyen que no son dignos de amor”.
Byron Katie. Amar lo que es, (Ediciones Urano)

martes, 7 de abril de 2015

Como aprender a solucionar problemas en lugar de convertirlos en conflictos



ANNA PARINI
Conflictos, nadie los quiere, pero todo el mundo los tiene en algún momento de la vida. No hemos sido educados para su gestión, a pesar de que formarán parte de nuestra vida y trabajo con seguridad. Tal vez afrontar crisis no sea lo acertado, sino aprender a prevenirlas y “gestionar soluciones”. Todos nosotros, a nivel personal, tenemos desencuentros de alguna clase en nuestras relaciones, pero aplicar ciertas pautas de autocontrol puede abrir vías de acuerdo. Un conflicto es un desacuerdo persistente entre personas o entre colectivos humanos. Es un choque de egos y de intereses. La forma puede adoptar diferentes apariencias: mala comunicación, intereses opuestos, opiniones encontradas, incompatibilidades, discusiones, peleas… pero en el fondo todo eso es reflejo de la necesidad oculta de “tener la razón”. La intensidad y cantidad de confrontaciones de una persona o colectivo es ­proporcional al nivel de autocontrol. Cualquier persona debería preferir tener paz a tener razón.
Para simplificarlo, el origen de nuestras dificultades está en el ego, autoconcepto o autoimagen construida, que asumimos como identidad real. Y cuando un ego cuestiona a otro, se percibe como un ataque a la identidad propia, y la explosión está servida. No es exagerado afirmar que el mundo no tiene problemas; lo que sí tiene es personas con el ego inflado que confunden su identidad real y esencial con su ego fabricado.
Todo desacuerdo implica una serie de emociones: un deseo o voluntad no satisfecha que genera frustración, decepción, ­enfado, ira, agresión, violencia. Estas tres primeras emociones –que forman parte del ámbito interno– cristalizan en aquellos tres siguientes comportamientos en el ámbito externo.

El hombre no conoce al hombre; de ahí losconflictos que desgarran al mundo” 
Amiel-Lapayre
Pero la frustración no es un problema real, simplemente es la no aceptación de una realidad. Las personas inmaduras emocionalmente son incapaces de aceptar lo que no está en su mano cambiar. Niegan la realidad en sus mentes y cuando ven que el mundo no se aviene a sus exigencias, se encolerizan. Exigen una reparación y el desasosiego que crean es proporcional a su necesidad de ser reparados.
Así nacen los conflictos: un abismo que se abre entre lo que es y lo que debería ser. Y aún peor, se procrean, crean réplicas y reacciones que empeoran el problema.

Un conflicto es la “representación mental” de unos acontecimientos o situación, una cosa son los hechos y otra las interpretaciones. Y es la interpretación de los hechos lo que enemista a las personas. De hecho, ­muchas crisis empiezan desde la pura nada: un silencio, una omisión, una presuposición, un olvido, una creencia, una petición no expresada, un derecho imaginario… En realidad nada ha ocurrido salvo la fabricación de un desacuerdo.
Todo problema tiene una o más soluciones, y ninguno carece de ella. Más bien las partes encontradas son las que necesitan solucionar sus posiciones mentales antes de poder negociar una salida justa y digna para todos. La realidad es que siempre hay una opción de acuerdo, lo que ocurre es que no gusta. Por alguna razón creemos que las soluciones deben ser agradables y fáciles y, sobre todo, que impliquen un beneficio a costa del perjuicio del otro. Pero no todas las alternativas son fáciles, la paz también tiene un precio. El problema, el único, es que las partes no quieren pagarlo: desean una salida gratis, sin concesiones. No es realista.
No hay conflictos en el mundo, pero sí mentes conflictivas que creen firmemente en ellos. Como aceptarlo es muy duro, lo fácil es señalar hacia los demás. La pregunta que ­debemos formularnos es: ¿cómo es que mis problemas son los demás? Si entendemos el desacuerdo como una posesión mental, ¿cómo puede estar en el mundo algo que ocurre en la mente?
Cada elección que tomamos es en el fondo una elección entre la paz o el conflicto. (La pregunta que hay que formularse es: ¿esta elección que voy a tomar aporta más paz o menos a mi vida?). Porque, más allá de lo que ocurra y de lo que hagan los demás, siempre podemos encontrar la paz en lugar de lo que vemos.
¿Qué hacer y cómo reaccionar en un desacuerdo? Cuanto antes se actúe, mucho mejor, porque cuando los ánimos se caldean, hace falta mucha agua para enfriarlos de nuevo. Cuando el problema empieza a hacerse visible, es el mejor momento para atajarlo; después ya puede ser tarde. Para entenderlo valen los ­símiles de una enfermedad o un incendio: ­actuar rápido es la mejor opción.

Para saber más


ANNA PARINI
Libros
Cuaderno de ejercicios de gestión de los conflictos
Patrice Ras (Terapias Verdes)
Las 12 leyes de la negociación
Alfred Font (Conecta)
Película
Gandhi
Richard Attenborough
El proceso es predecible y todos lo hemos experimentado en alguna ocasión: aparece un desacuerdo que puede ser menor o mayor y que actúa como desencadenante, en una escalada de confrontaciones que acaban o bien en la resolución, o en un punto de no retorno que conduce a la explosión. Como el problema no ha sido resuelto, sino solamente sofocado por la fuerza, uno nuevo surgirá tarde o temprano como consecuencia del anterior.
La crisis retroalimenta una espiral difícil de atajar. En su propia dinámica ascendente, cuanto más lejos se llega, más rápidos son los acontecimientos que genera hasta que se alcanza un punto en el que la explosión es casi inevitable. Y cuanto más se avanza, menos controlable es evitar el punto en el que no se puede volver atrás.
Finalmente, ganar una confrontación es una victoria provisional. Puede tener beneficios, pero seguro que tiene también costes. Estos no siempre son evidentes. Para prevenirlos, todas las partes deberían evaluarlos, tal vez descubrieran que son superiores a las ventajas que se pretenden conseguir.
Por ejemplo, la ganancia de mantener un conflicto personal con un compañero de trabajo podría ser: sensación de control, manipulación, reforzar la autoimagen, ganar las luchas de poder, un desahogo, reconocimiento ajeno, tener razón y decir la última palabra… Todo lo que podríamos llamar jugar a los juegos superficiales del ego.
Y algunos ejemplos de los costes: poca colaboración y empeoramiento de la calidad del trabajo, dificultades en el sueño y problemas de salud, pérdidas de tiempo y energía, pérdida de la amistad, empeoramiento de la comunicación, pérdida de la alegría, de la felicidad y paz interior… En fin, desatender las necesidades profundas del espíritu.

El motivo por el que se producen las disputas rara vez es tan grave como el malestar que generan”
Finalmente, para resolver un conflicto podemos probar con estrategias como:
Dejar de hacerlo más grande.Empeorar las cosas no es parte de la solución, sino del problema. Centrarse en reducir las diferencias es más útil que aumentarlas.
Cuando lo de siempre no funciona, toca hacer otra cosa.Las crisis auténticas lo son de falta de imaginación y creatividad.
Dejar de alimentarse de viejas creencias. Cuando no se es capaz de pensar en nada diferente no se encuentran salidas diferentes.
Actuar más y no perderse en las explicaciones. Teorizar en las explicaciones para entender no significa que sirva para llegar a un acuerdo; mejor actuar.
Buscar puntos de acuerdo y no de desacuerdo. Dedicar casi toda la sesión de negociación a lo que se está de acuerdo facilita después resolver los puntos de desencuentro.
Pasar del detalle a lo global. La perspectiva amplía el punto de mira y permite ver detalles que antes no se consideraban.
Cambiar el vocabulario. Hay expresiones y palabras negativas que no ayudan a resolver y otras positivas que sí.
Dejar de juntarse con los que tiran balones fuera. Es obvio que no conocen cómo resolver conflictos, mejor frecuentar gente responsable.
Hacerse buenas preguntas. ¿Cuándo aparece y cuándo desaparece?, ¿dónde, con qué frecuencia y con quién aparece?, ¿qué hace que vaya a mejor y a peor?, ¿de qué sirve?, ¿qué hace que no vaya peor?…
Una vez se conoce el patrón, es fácil romperlo con un hábito nuevo, un nuevo comportamiento, con nuevas creencias o simplemente con aceptación
Fuente:El Pais